Cada vez que se habla de la economía dominicana, nos recitan las mismas cifras: crecimiento del PIB, estabilidad cambiaria, reservas internacionales. Y aunque todo eso puede ser cierto, hay algo que esos números no dicen: la vida real se está encogiendo. Y lo está haciendo en silencio.
El mercado de valores, termómetro de confianza y dinamismo, acaba de contraerse un 13.1% interanual. No es un ajuste menor: es una caída de casi RD$740 mil millones en comparación con el mismo período del año pasado. A pesar de que hay más transacciones y más cuentas registradas, el capital que se está moviendo es menor. Más manos, pero menos pan.
Mientras tanto, el otro lado del espejo refleja algo aún más inquietante: la deuda personal empieza a hacer ruido. La morosidad de las tarjetas de crédito llegó al 5.7%, y la morosidad estresada del sistema financiero escaló a 7.34%. Son cifras que, para quien no las vive, parecen técnicas. Pero para quienes no pueden pagar la cuota mínima del plástico, son una sentencia.
Nos estamos acostumbrando a vivir de adelantos. A financiar la nevera con la tarjeta. A diferir el supermercado. Y eso no es libertad financiera, es una cuerda invisible que se tensa cada mes.
El relato oficial insiste en que todo va bien. Pero debajo de ese discurso, se esconde una verdad incómoda: la economía está girando con menos fuerza y más deuda. Y no se necesita ser economista para entenderlo. Basta con mirar los recibos, el saldo disponible, o la fila de gente en el banco negociando su próximo “acuerdo de pago”.
Lo preocupante no es solo la caída del mercado o el aumento de la morosidad. Lo preocupante es la normalización del deterioro, como si fuera parte del paisaje. Como si una economía que se sostiene a crédito fuera sostenible.
Las alarmas no están sonando a todo volumen. Pero están ahí, haciendo ruido bajo la superficie.
Crisis en cuotas. Sistema estresado. Mercado en pausa.
Y un país que sigue funcionando… hasta que deje de hacerlo.