Artículo de Opinión
Hablar de combustibles en República Dominicana es tocar una fibra sensible en cada hogar. Y no es para menos: los precios se mantienen altos incluso cuando el barril de petróleo baja. Lo que debería ser una lógica simple de oferta y demanda, se convierte en un entramado de excusas políticas, especulación internacional y silencios convenientes.
Un ejemplo claro de esto fue la reciente alarma internacional generada por las tensiones entre Israel e Irán, particularmente en torno al posible cierre del estrecho de Ormuz, una vía estratégica por donde transita cerca del 20 % del petróleo mundial. La amenaza aunque real en su retórica nunca se materializó.
Pese a ello, en República Dominicana, algunos actores políticos se apresuraron a lanzar advertencias públicas sobre el impacto que esto tendría en la economía. Entre ellos, el senador por el Distrito Nacional, Omar Fernández, quien aunque suele ser prudente con sus declaraciones fue sorprendentemente precoz al vaticinar un fuerte golpe económico. En una publicación en sus redes sociales, Fernández expresó:
“Para países importadores como República Dominicana, esto implicaría aumentos sustanciales en combustibles, transportes, alimentos y servicios, generando un nivel mayor de inflación del que ya registramos.”
Además, afirmó que el alza se traduciría en incrementos importantes en gasolina, gas doméstico y pérdida del poder adquisitivo, sobre todo para quienes dependen de remesas.
Sin embargo, nada de eso sucedió
¿Qué pasó en realidad?
Aunque el parlamento iraní aprobó una declaración apoyando el cierre del estrecho a mediados de junio de 2025, no se ejecutó ninguna medida efectiva. Según Reuters (14 de julio), “las medidas militares se completaron, pero no se ha tomado ninguna decisión” y “el asunto sigue en revisión”. Ha habido especulaciones similares en el pasado —con amenazas de uso de minas o bloqueos temporales— pero nunca se ha concretado un cierre prolongado.
Tampoco se impusieron aranceles, ni se implementaron restricciones al flujo petrolero.
Lo que sí ocurrió fue un aumento temporal en las primas de riesgo de transporte, encareciendo seguros marítimos y fletes. Esto impulsó brevemente el precio del petróleo, con el Brent y el WTI subiendo entre un 7 % y 14 %, alcanzando picos de hasta US$81/barril. Pero tan pronto se descartó la amenaza, los precios volvieron rápidamente a sus niveles anteriores, situándose en torno a los US$69 (WTI) y US$67–70 (Brent).
Este episodio dejó algo muy claro: la amenaza fue una alarma falsa. Una especulación de riesgo más que una crisis real. La respuesta política dominicana —incluyendo la de Omar Fernández— fue desproporcionada frente a los hechos, y envió un mensaje innecesariamente pesimista que pudo haberse manejado con más cautela o matices.
¿Y los precios en República Dominicana?
Mientras todo esto ocurría afuera, aquí dentro los precios de los combustibles no bajaron, ni siquiera con el petróleo cayendo más de un 15 % en los primeros siete meses del año.
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GLP aumentó a RD$137.20 (+RD$4.60).
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Gasoil regular y óptimo subieron RD$3.00 a RD$3.20.
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Las gasolinas regular y premium, aunque subsidiadas, no registraron ninguna baja.
En enero, cuando el WTI rondaba los US$80, se hablaba de estabilidad. Hoy, con el WTI en US$69.16, el silencio oficial domina el discurso. La pregunta es evidente: ¿por qué cuando sube el petróleo hay alertas, comunicados y pronunciamientos, y cuando baja no hay ruedas de prensa anunciando alivios al consumidor?
Reflexión final
Se ha vuelto un patrón preocupante que el precio internacional del petróleo solo se use como excusa para justificar alzas, nunca para aplicar rebajas. Esta conducta crea una desconfianza legítima en la ciudadanía, que observa cómo se agitan los miedos en tiempos de incertidumbre, pero se ignoran las mejoras cuando el panorama se aclara.
La situación evidencia que:
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No hubo cierre del Estrecho de Ormuz.
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No se implementaron aranceles, ni restricciones al flujo de crudo.
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El incremento de precios fue especulativo y pasajero.
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En cuestión de días, los precios volvieron a la normalidad.
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Y aun así, en República Dominicana no se trasladó ningún beneficio al consumidor.
Este tipo de discursos, aunque bien intencionados, deben ser más responsables. No se puede jugar al pesimismo político como táctica de posicionamiento, especialmente cuando no hay fundamentos técnicos que lo sustenten. Es momento de que tanto los gobiernos como los líderes de oposición actúen con rigor, no con alarma mediática.
Porque si de verdad queremos proteger el bolsillo del pueblo, debemos empezar por hablar con verdad. Tanto cuando el precio sube, como cuando baja.