Por Pablo Ulloa
República Dominicana ha forjado su camino hacia el desarrollo sobre la base de un principio esencial: el diálogo. No hay atajos cuando se trata de construir una democracia sólida; la conversación abierta y la búsqueda de consensos son los elementos que han sostenido nuestra estabilidad y permitido nuestro avance. Desde la caída de la dictadura hasta la actualidad, el diálogo ha sido la brújula que ha guiado nuestra evolución política, económica y social. El diálogo no es un mero intercambio de ideas; es la cimentación de un proceso democrático profundo, en el que la pluralidad de voces no solo es escuchada, sino integrada en el proceso de toma de decisiones.
En términos de estabilidad macroeconómica, la República Dominicana se ha convertido en la séptima economía de América Latina, con una tasa promedio de crecimiento de la economía del 5.8% entre 2010 y 2024, según el Banco Mundial, lo que convierte a la nación en la de más rápido crecimiento de América Latina y el Caribe. Sin embargo, este crecimiento aún sigue siendo desigual, como lo demuestra el coeficiente de Gini de 0.378, lo que indica que las brechas de desigualdad persisten. Estas brechas se reflejan en el hecho de que el 40% de los ingresos nacionales se concentran en e 10% más rico de la población, según el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Aquí es donde el diálogo social entre sectores cobra relevancia, no solo como herramienta para mitigar esas disparidades, sino como mecanismo para establecer un desarrollo económico inclusivo y sostenible.
Decía el filósofo Jean-Paul Sartre que “el diálogo es la única forma auténtica de comunicación”, y en el caso de nuestro país, no solo es la forma auténtica de comunicarnos, sino la piedra angular que ha asegurado el progreso a través de los acuerdos. Frente a las tensiones que han sacudido a América Latina, la República Dominicana ha sobresalido por su capacidad de manejar las crisis mediante el consenso. Esta capacidad de negociar y comprometerse no es una característica casual, sino una herencia de una cultura política orientada a la concertación.
Historia y Lecciones del Diálogo Nacional
Recuerdo una conversación que tuve hace algunos años con Monseñor Agripino Núñez Collado, un hombre que dedicó su vida a la búsqueda del consenso en los momentos más críticos de la historia dominicana. Me dijo: “El diálogo es el único camino para evitar la destrucción de lo que hemos construido como nación”. Sus palabras resonaron profundamente, porque la historia de nuestro país ha demostrado una y otra vez que, sin diálogo, corremos el riesgo de caer en la confrontación y el estancamiento. Durante las crisis políticas de las décadas de los 80 y 90, Agripino fue una figura crucial que, desde su posición neutral, logró mediar entre los partidos políticos para evitar conflictos mayores. Su trabajo en la Comisión de Paz durante la crisis electoral de 1994 es un claro ejemplo de cómo el diálogo y la concertación fueron claves para preservar la estabilidad.
Pero el diálogo no siempre es fácil. Requiere una habilidad profunda para escuchar, ceder y, sobre todo, comprender que el bienestar común debe prevalecer sobre los intereses particulares. Esta capacidad de generar consensos ha sido fundamental no solo para la estabilidad política, sino también para la creación de una visión de Estado que trascienda los ciclos electorales y que se proyecte hacia el largo plazo. América Latina tiene muchas lecciones de convulsión social que deben servirnos como experiencia. En mis participaciones en otros países, he sido testigo directo de lo que ocurre cuando el diálogo y los consensos son reemplazados por la confrontación. América Latina ha sido un laboratorio de conflictos sociales derivados de la falta de consensos. Según el Banco Mundial, el coeficiente de Gini en América Latina es de 0.49, uno de los más altos del mundo, lo que refleja una profunda desigualdad que ha sido la chispa de conflictos sociales recurrentes. El estallido social en Chile en 2019, por ejemplo, fue una de las crisis más severas de su historia reciente, con más de 30 muertos, miles de heridos y daños económicos millonarios. El costo económico de la crisis social ascendió a 3.000 millones de dólares, según el Ministerio de Hacienda de Chile.
Colombia, por su parte, sigue enfrentando altos niveles de violencia social y desconfianza institucional a pesar de haber firmado los acuerdos de paz con las FARC en 2016. Según datos del Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz, para 2021 solo el 28% de los acuerdos alcanzados había sido implementado completamente, lo que refleja una falta de compromiso real entre las partes.
Venezuela, por otro lado, representa un ejemplo alarmante de lo que sucede cuando las instituciones fallan en generar consensos. Entre 2013 y 2021, el país experimentó una pérdida de más del 70% de su PIB, junto con una emigración masiva de más de 8 millones de personas, según estimaciones de la ONU. La falta de diálogo y consenso entre los diferentes sectores de la sociedad ha sido clave en la profundización de esta crisis. Venezuela ilustra la trágica realidad de lo que ocurre cuando un país pierde su capacidad de concertación: el colapso institucional y económico es casi inevitable. En ese contexto, debemos hablar de gradualidad de la construcción democrática, que es esencial para la consolidación de cambios duraderos. Como lo expresó el pensador John Stuart Mill, “el cambio no es una amenaza para la estabilidad si se lleva a cabo de forma gradual y consensuada.” Desde la transición hacia la democracia hasta los acuerdos más recientes, el diálogo y la concertación han sido clave para garantizar que los cambios se adopten de manera inclusiva y sostenible. La experiencia de la República Dominicana ha demostrado que las reformas graduales, aunque menos visibles en el corto plazo, son las que verdaderamente logran consolidar un desarrollo integral, donde el crecimiento económico se acompaña de la mejora en los indicadores de bienestar social.
El diálogo se erige como la herramienta que nos permitirá superar las diferencias y enfocarnos en las soluciones. Como señaló Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, «el diálogo no es solo un medio para alcanzar acuerdos, sino una forma de garantizar que esos acuerdos sean equitativos y sostenibles.” Apostemos al diálogo y al consenso para seguir creciendo.
Fuente: LD